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Me enamoré del repartidor de pizza


Me enamoré del pizzero

Estoy en el metro camino a casa. Sentada, sola y despeinada. Decidí no usar mis botas de lluvia esta vez. Ni mi paraguas de lunares púrpuras. Ni mi abrigo de Disney. Ni mi alma impermeable. Y justo hoy llueve, qué desgracia. Suena mi canción favorita y sólo tengo un audífono puesto en mi oreja izquierda. El otro lo pise hoy saliendo de trabajar. Por segunda vez, qué desgracia.


El retumbe del vagón contra el carril ahoga mis pensamientos, no los puedo escuchar. Sólo oigo la canción. Mi canción. Todos allí dentro me observan, claro, estoy desarreglada y hambrienta. ¿Cómo no dirigir la mirada hacia mí? Hambrienta de amor, de calma, de sueño, de amor. Sí, digo hambrienta de amor dos veces porque esa frase sí que va en serio. Salgo de la estación y me detengo justo frente a la reja oxidada de mi edificio. Busco en mi bolso la llave y veo la caja de Camel. Quedan tres. Enciendo el primer cigarro, el hambre huye de mí. Enciendo el segundo y último; y el hambre vuelve. El de la suerte lo he tirado por una alcantarilla, no creo en ella. No existe.


Llego a la puerta del ascensor, marco mi piso y espero. Empiezo a sentir cómo el hambre me consume. La monotonía invade el pasillo y veo a Javier regando los eucaliptos (como siempre), escucho al perro del vecino ladrando sin parar (como siempre), el camión de basura recorriendo la cuadra (como siempre) y yo vacía (como siempre).


No tengo ánimos de cocinar pero escogí comer en casa porque no conozco ningún chef que me prepare lo que quiero, es que nadie sabe hacer el amor. ¿A cuántos grados debe estar el horno? Jamás he logrado conseguir un frasco en la despensa que contenga un sabor similar. Porque el amor sabe a gloria. Mejor que cualquier otra cosa en este mundo.


Pizza. Pediré una pizza de pepperoni. No es amor pero es mi favorita. Al diablo con la dieta. Veintiocho minutos exactos y el intercomunicador suena. Bajo de prisa por las escaleras, casi por inercia. Y allí estas, justo frente a mí, con una caja de cartón que escurre grasa y un aroma provocativo casi como tus labios.


Jamás pensé que podría ser más sensual una caja de pizza en las manos que un ramo de rosas. Pero sí, qué raro tú desafiando la lógica. Ni una palabra intercambiamos. Sólo una mirada que gritaba todo. Recojo mi cena de tus manos enormes a cambio de unos cuantos billetes arrugados. Subo. Me siento en el sofá y enciendo el televisor con el pedido en las piernas. Primera lágrima. Salada. Deciden acompañarla unas siete o más. Me he engañado con el sabor de la comida creyendo que me llenaría. Quinta pizza que pido al mes con intenciones de sentir amor en mi paladar.


Si te dejé ir fue porque ya tú no querías quedarte. Hambre de ti para toda la vida.



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