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Tan lindo como tú te lo imagines


Me declaro fanática de las tradiciones, sobre todo de esas que tienen poco que ver con lo cultural sino más bien con lo particular. Aguantar la respiración mientras atraviesas un túnel, cruzarte con un pelirrojo y pellizcar a quien tienes al lado, pedir un deseo a las 11:11… ¿O eso ya califica como superstición? En fin, algo rutinario convertirlo en tradición. La magia de la sencillez.


Cuando era una niña que apenas iba al colegio, mi madre me llevaba religiosamente todos los viernes a Mc Donald´s, Era una especie de trato disfrazado de recompensa. Recuerdo perfectamente el día que cambié la cajita feliz por un combo, de esos que escogen las personas grandes, a mi estómago parecía ya no agradarle tanto un juguete si había más espacio para nuggets.


Eran tan divertidos esos días que, años y un embarazo más tarde, decidí seguir la tradición y ahora lo llevo a él, creyendo que le hago un favor cuando en verdad soy quien cuenta los días para ir por mi hamburguesa y verlo jugar mientras tengo unos minutos para mí. Como madre, esos minutos donde la única preocupación es saborear la comida, se agradecen.


Este viernes quisimos cambiar y pedimos helado para llevar y disfrutar de la tarde al aire libre. Cual señores mayores, con la excepción de que él tiene seis años y yo treinta y cinco, nos sentamos en un banco a disfrutar el momento. Acompañados de sol que se despedía lentamente y una paz indescriptible. Me atrevería a decir casi irrepetible.


Puedo asegurar que la infinita necesitad de proteger a nuestros hijos de la maldad puede ser a veces, por no decir siempre, agotadora. “No corras con tijeras en la mano” “Evita hablar con extraños” “No así no, así…”. Y eso está bien, es más, es inevitable.


Pero, como todo, con el pasar de los años van cambiando las cosas y con eso, llega la conciencia a esos pequeños ingenuos – sin ser despectiva, de hecho lo digo con ligera envidia – y empiezan a entender que, haciendo preguntas, alguien se atreverá a responderlas y descubrirán un mundo de posibilidades. Mamá suele ser quien se atreve.


Que si es verdad que el tiempo pasa más rápido cuando duermes, que por qué la lluvia tiene olor si es agua, que por qué el postre no se puede comer antes del almuerzo y así… Sin embargo, ese no es el problema, la cuestión está en que aparecen las difíciles que no siempre se pueden contestar con un “no lo sé”.


De pronto, como quien no quiere la cosa, rompe el silencio con una de esas difíciles:


- Mamá ¿A dónde se van las personas que mueren?


Así no más. A quemarropa. Si yo he vivido unos cuantos años más que él y, por lo tanto, he aprendido de las preguntas que me han respondido… ¿cómo no lo sé? ¿Entonces quién? ¿En qué momento te preparan para las malas noticias? ¿Se les dice la verdad tal cual es o debería, como madre, ponerle un poquito de azúcar? ¿Pero cuál es la verdad? Si poco sabemos de la muerte.


Es entonces cuando te toca cuidar lo que a simple vista no se ve y te prometes que nada rasguñará lo que hay allí dentro que lo hace ser feliz. Un corazón sin heridas. Lo curioso es que no sabes cómo.


Hay quienes afirman que una vez cruzas el río, ves a tu alrededor y no existen otros colores que no sea el blanco. Que en ese espacio los kilos no pesan, el ruido no retumba y todas aquellas preocupaciones que alguna vez habitaron tu mente encuentran otro hogar. También están los que huyen del romanticismo, dicen que es como cerrar los ojos para siempre. No hay sensaciones, emociones ni pensamientos. Es el punto final.


Algunos creen que las personas que ya no están se manifiestan a través de señales, o incluso que pueden hablarnos mediante los sueños. Otros, durante un duelo, encuentran consuelo diciendo que realmente nunca se van, que nos cuidan desde arriba. Realmente espero que no sea tan así, después de todo, ser ejemplar las veinticuatro horas del día no resulta tan sencillo, así que me gustaría creer que sólo pueden verme cuando hago las cosas bien. Al menos con la mejor intención.


Creemos que estamos preparados para afrontar la noticia como venga y cuando venga y no, la verdad es que no. No hay posición de combate para la muerte y el temor a ella me ha hecho replantearme si es egoísmo disfrazado de miedo por aferrarte a esa persona o más bien empatía al pensar que quien no está se perderá de muchos placeres.


¿O tiene que ver más con lo individual? Porque harías cualquier cosa con tal de no ser tú el de la mala suerte. No sé por qué tanto miedo a la muerte si es algo que ocurre una sola vez, en cambio hay decisiones que tienen consecuencias. Ahora que lo pienso, la vida también ocurre sólo una vez ¿y para quien cree en la reencarnación cuántas veces? ¿y para los gatos?


Pestañeas y allí está, viéndote fijamente a los ojos con su cabello desordenado esperando a que respondas. Todo aquello que pasó por tu mente fue un viaje de tan sólo segundos.


¿Cómo traduzco esto? Dudas. Esperas. Respiras. Contestas:


- Es un lugar tan lindo como tú te lo imagines.

- Vamos mamá.

- Algún día mi amor. Mientras tanto, disfrutemos de los atardeceres en primera fila.

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