Último día del año

Abres los ojos y es el último día del año, te cuestionas cómo es que llegaste hasta aquí. Haces un recuento en silencio de todo lo que viviste en los 365 días anteriores; sonríes, se te arruga el corazón, de repente se te escapa una lágrima (una mezcla de felicidad y nostalgia) pero sabes disimularla. No sería la primera que escondieras. Porque, seamos honestos, siempre hemos querido volver. A ese lugar, a ese olor, a sentir la misma emoción. Volver y no cambiar nada, sólo para vivirlo otra vez.

No sabes realmente qué sentir recordando a las personas que se fueron, a muchas no las extrañas, otras quisieras aún estuviesen a tu lado. De igual forma agradeces por coincidir con ellos. Otras aparecieron, tú creyendo serían de esas nubes pasajeras y resultaron ser raíces, de las que se agarran bien de la tierra. De tu tierra.

Se va un año donde creíste todo sería diferente, expectativas que no se cumplieron pero también repleto de muchas sorpresas que te abrazaron el alma. Te ríes de ti misma por haber tenido tanto miedo de empezar, porque claro, lo desconocido siempre asusta. Es entonces cuando la ansiedad aparece y te pregunta ¿Qué pasará este año? No sabes responderle. Realmente nadie sabe.

Puede que conozcas ciudades nuevas, que te enamores dos, tres, seis veces. Ojo, si es de la misma persona, mejor. Que consigas un nuevo trabajo, que te quedes donde estás. Que nazcan personas con intenciones de mejorar el mundo o te reconcilies con quien ya no hablas. Quizás aprendes un nuevo idioma, o mejor aún, aprendes a decir “no” cuando de verdad no te da la gana.

Un año nuevo significan tantas cosas ¿cierto? Más reencuentros, mayores logros y mejores experiencias, considerándolas mejores porque cada año eres más consciente de que la vida sólo ocurre una vez. Y justo en ese momento empieza a cobrar sentido la frase “Ahora o nunca”.

Las oportunidades te picarán el ojo, y te digo una cosa:

Si llega el tren, móntate.

Y si te deja, vas a pie.

Pero vas.