¿Qué tal si...?
Mi hermana pasa la mayor parte del tiempo planeando su vida mientras yo ocupo la mía preguntándole cosas que fácilmente podría googlear, pero qué rica es la comodidad de tener a alguien que (a mi parecer) se las sepa todas y que no se canse nunca de responderte tus inquietudes. O es que sencillamente no sabe cómo deshacerse de mí y no le queda de otra que hacerlo.
- ¿Cómo haces? – Me preguntó.
- ¿Hacer qué? – Dudé.
- Para siempre tener una nueva pregunta cuando ni siquiera te he respondido la anterior.
- No lo sé. Creo que tengo un problema. Me declaro adicta a los “¿Qué tal si...?”.
Porque así somos, nos cuestionamos las cosas dos o tres veces inclusive para intentar suavizar los golpes que la vida puede darnos. Y creo que es consecuencia de un miedo que hemos heredado de la sociedad y que por más que queramos no deja de agobiarnos: miedo a perder el tiempo.
“El tiempo nunca regresa”, “Qué regalo más valioso” y un sinfín de pensamientos que comúnmente diría esa tía que siempre tiene lápiz labial en los dientes.
Tengo una teoría sencilla que me encantaría compartir, y es que la vida se basa en las decisiones que tomamos día a día. Quizás suene cliché pero es que he hecho tan mía esa frase que me gusta llevarme el crédito de quien sea que la haya inventado. Pido disculpas de antemano si has sido tú, pero ahora es mía.
Una duda retadora. Soñadora quizás, pero al fin de cuentas, retadora. A todo aquello que te preguntas agrégale un qué tal si…, y luego me cuentas qué pasa. Te explico cómo funciona:
¿Qué tal si detrás de cada miedo existe un comienzo? ¿Qué tal si cada vez que pospones la alarma te estás perdiendo de algo allá afuera?
Y sólo por llegar tarde, esa oportunidad se la llevó otro.
¿Me sigues? Te tengo otra… ¿Qué tal si en las cajas de los cigarros, en vez de decir todo aquello que te pasará si fumas, hablara sobre lo que te estás perdiendo al prender uno de esos pitillos? Y si leyeras que por cada cigarro que aspiras es un beso con sabor a nicotina. Que en vez de recorrer la playa a pie, tendrás que hacerlo con rueditas. Y no sólo eso, sino que además condena tu sueldo a un estúpido vicio. Dinero que podrías gastar en helados, libros y por qué no, en una linda lencería nueva.
¿Qué tal si ese abrazo que diste sin ganas hoy se convierte en el último? Porque al universo le gusta de ese modo, sorprendiéndonos, que si no es así no le interesa; simplemente la vida pasa en un segundo y hay segundos que pudieron cambiarnos la vida.
Te reprocharás que de haber sabido que sería el último lo hubieras intentando un poquito más, con más fuerzas. Que ya estabas lista para gritarle al mundo que sin él, nada. Pero te tocará admitir que te faltó coraje, nunca tiempo.
¿O qué tal si en vez de haber estudiado lo que tu padre quiso hubieses decidido hacer lo que siempre quisiste? Por ti y para ti ¿Dónde estarías hoy?
¿Qué tal si detrás de esa mirada de reojo está el amor de tu vida? Pero no, como quieres que te rueguen un poquito más volteas rápidamente la cabeza y más nunca vuelven a coincidir. Ni en un bar, ni esta vida ni en la próxima. Dirás que nada pasa. Que él es quien se lo pierde, pero en silencio te lamentarás porque eso sí, siempre lloramos a escondidas.
Por eso hoy quiero preguntarte: ¿Qué tal si dejas de leerme y le dices que sí? A lo que sea que se te esté pasando por la mente justo ahora, a esa aventura, a ese trabajo, a ese viaje. Dile que sí a la torta de chocolate, al niño de sonrisa bonita, al fin de semana. Pero dile que sí.
Sugiero que si lo quieres, lo intentes; si fracasas, ni modo. Así es la vida.